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jueves, 28 de julio de 2011

VIRGEN DE TORCOROMA .HISTORIOGRAFÍA MARIANA

Para  continuar ilustrando a nuestros lectores, sobre la Virgen de Torcoroma, reproducimos estas dos notas del académico Edwin Avendaño Guevara, Pbro., con motivo de los 300 años del milagro.


Abre bocas


25 de julio de 2011

Edwin Leonardo Avendaño Guevara, Pbro.


El obispo con corazón de oro
A propósito de la pregunta del Dr. Olger García Velásquez.

Para los historiadores actuales, debe aclararse que la fecha de la aparición de Nuestra Señora de Torcoroma fue en 1710, aunque no se conoce aún el día exacto. Y existen varios documentos que así lo prueban, veamos:

1. “Entre las devotísimas imágenes de aquella parroquia, se venera con culto reverente la soberana imagen de Nuestra Señora de la Concepción de Torcoroma, la cual fue aparecida en un árbol en esta forma (…).Vivía en aquella ciudad un mestizo, hombre de buena vida, llamado Cristóbal Melo. Este mantenía allí cerca un trapiche y hacienda corta, en que personalmente trabajaba con un hijo ya grande, necesitaba de un dornajo para recoger la miel que fabricaban, y salió una mañana, el año pasado de 1709, acompañado de su hijo, cada uno con su hacha, a buscar por aquellos montes palo al propósito para labrar su dornajo; y subiendo al cerro llamado de Torcoroma, que está a vista de la ciudad, halló uno que le pareció muy de su intento”. Sin embargo, este árbol no fue acogido por no reunir los requisitos necesarios. – y sigue el relato- “Pasó con efecto allá el año de 1710 en compañía de su hijo, para que le ayudase a labrarlo. Trozolo a la distancia que pudo dar el palo de longitud, y luego mandó al hijo que le fuese descortezando por el lado superior. Hízolo así, y habiendo levantado aquella rústica corteza, vio Cristóbal, formada de medio relieve en el corazón del madero, una imagen de Nuestra Señora, con la forma y ropaje de Concepción” .

2. “Desde el año 1710 había principiado a circular en la ciudad la noticia de que en los montes de Torcoroma, al laborar en un árbol que antes había derribado, un dornajo para uso de su trapiche, Cristóbal y sus dos hijos habíanse topado, con gran contento de sus almas sencillas, una imagen de la Virgen Santísima incrustada en el espesor del palo. Despertose la curiosidad en las gentes, principiaron a acudir con ofrendas a la casa de Melo y a oír la narración de los prodigios obrados por la imagen, y con esto y el fanatismo de entonces quedó confirmado el milagro de la famosa aparición. Supo el suceso el cura y vicario don Diego Jácome Morineli, hizo traer la Virgen a su casa, y vista del trabajo, que debió parecerle de manos celestiales, aunque según otras personas más modernas la simple inspección de ella demuestra que no eran muy dados los ángeles a los trabajos de escultura, le permitió a Melo seguir exhibiéndola con toda franqueza y a los ocañeros seguir adorándola en casa del susodicho, en donde permaneció aún por varios años, hasta que en 1716, con presencia del ilustrísimo don fray Antonio de Monroy y Meneses, le trajeron a la iglesia de Ocaña en solemnísima procesión” .

3. Es natural que la fiesta del centenario no se haya conmemorado o si se hizo, pues no se ha encontrado registro alguno, de seguro, el inicio de la gesta independentista lo impidió. Recordemos que el famoso grito del 20 de julio se dio en 1910.

4. Los doscientos años fueron celebrados en 1910.

Con lo ya hemos visto y analizado, sumado a otros elementos de juicio histórico podemos aseverar que la Concepción del Monte de Torcoroma apareció en 1710.

Pero en el trasfondo de esta historia hay un personaje de vital importancia para la historiografía ocañera. Se trata del obispo fray Antonio Monroy Meneses. ¿Quién es este protagonista de la tradición torcoromana?, pues el “obispo de corazón de oro”, como lo llama el historiador Alejo Amaya.

Virgen de Torcoroma. De una
fotografía iluminada, década de 1930


Según documentos de la colonia se sabe que, en su primera visita pastoral a Ocaña, (1716) el obispo Monroy “de la tapita que arropaba y cubría a esta Divina Señora dentro del madero donde fue hallada, con cera derretida, o blanda, fijándola en ella, salía el molde tan perfecto como la misma Imagen, de los que se dice hizo muchos ejemplares, y no sólo en este Reino; sino hasta los de España remitió” .

Pero lo más grato está en que este señor Obispo fue quien dio permiso para el culto público y oficial a la virgen de Torcoroma, según nos lo cuenta monseñor Manuel Benjamín Pacheco Aicardy, en su “MONOGRAFÍA ECLESIÁSTICA DE LA PARROQUIA DE OCAÑA”, así dice al respecto:

“Más tarde, cuando vino en visita pastoral el ilustrísimo señor obispo fray Antonio de Monroy y Meneses, en el mes de diciembre de 1716, examinó con detenimiento el retablo de la imagen aparecida y declaró que evidentemente era la imagen de la Concepción, y concedió el permiso para que se le erigiese capilla en el sitio de su aparición; dispuso que trajesen la imagen para ponerla con la mayor veneración en la iglesia mayor de esta ciudad”.

Del obispo en mención se sabe que: “Antonio Monroy Meneses, O. de M . Obispo de Santa Marta Colombia, año 1715. Nació en Talavera de la Reina (España), el 6 de octubre de 1673, en el seno de una familia noble. Hijo de Gaspar Rodríguez de Monroy y de Juana Lorenza Meneses. Religioso mercedario. Estudio filosofía en el convento de Toro y Teología en la Universidad de Salamanca. Obtuvo el título de maestro en Teología. Estuvo destinado en los conventos de Soria y Madrid. Fue comendador en los conventos de Cuenca, Trujillo, Toledo y Madrid; definidor y provincial de Castilla; examinador sinodal en Cuenca y Plascencia; predicador real y clasificador del Santo Oficio.

El 21 de enero de 1715 es nombrado obispo de Santa Marta (Colombia) por el papa clemente XI, recibe la consagración episcopal en Madrid, en la iglesia de San Fernando, de los padres Escolapios, el 15 de abril de 1715, de manos de Carlos Borja Centellas y Ponce de León, arzobispo titular de Trapezus (Trebisonda) y patriarca de las Indias Occidentales, asistido por Miguel Juan Taberner Rubí, obispo de Gerona y por Benito Madueño Ramos, obispo titular de Sión y auxiliar de Toledo. El 12 de agosto de 1715 se embarcó hacia Santo Domingo. Llegó a Santa Marta (Colombia) a finales de año y tomó posesión de la Diócesis el 9 de marzo de 1716.

Visitó toda la Diócesis cuatro veces, no quedando un lugar donde no hubiese estado; se preocupó de la formación y el sustento del clero, especialmente se interesó por la formación de los candidatos al sacerdocio, “de suma ignorancia”, estableciendo un Colegio Seminario y convenciendo a los padres para que enviasen a sus hijos a estudiar en Santa Marta; mostró inquietud por los indios tanto a nivel espiritual como humano; compartió con ellos su pobreza y dio una serie de normas en beneficio de los más pobres; como por ejemplo que su entierro fuese de balde; creó una escuela de niños y nombró a un maestro a quien pagaba anualmente los gastos de la enseñanza a los niños pobres; estableció una casa de acogida para que las mujeres se retirasen allí con sus hijos, en lugar de huir al monte, en caso de invasión pirata; suplicó al rey que remediase el abuso al que eran sometidos los indios de Tamalameque y que los encomenderos tratasen bien a los indios y no les obligasen a trabajar como esclavos, pues eran libres. Edificó templos y capillas y obligó a los curas a residir en el núcleo más importante, a explicar la doctrina cristiana y administrar los sacramentos. Su preocupación cristiana, humana y social por el bien de los indios se plasmó en la fundación de ocho pueblos: San José del Rincón, San Juan de la Cruz, San Antonio de Boa Vista de Orino, San Nicolás de Menores, San Felipe de Palmarito, San Pedro Nolasco de Salado, San Ramón de Paruaje y Nuestra Señora de las Mercedes de Calabozo.

Aunque estaba prohibida la conquista, el Gobernador de Santa Marta quería conquistar militarmente a los indios guajiros y para ello consiguió permiso de Madrid, presentando como excusa la necesidad de limpiar esa zona de indios bravos. Esta postura la aprobaba también el Gobernador de Maracaibo. El Obispo se enfrentó a ellos. A partir de aquí empieza una serie de acusaciones y actuaciones contra el Obispo y su obra. En 1736, cansado de tanta persecución, abandonó el obispado y se retiró al convento de la Merced en Cartagena. Finalmente el 1° de septiembre de 1738 renunció a su obispado de Santa Marta. (23 años de ministerio pastoral). Murió en Cartagena de Indias en 1744”.

El historiador Ernesto Restrepo Tirado, en su libro “Historia de la Provincia de Santa Marta”, agrega a lo anterior:

“Llevó a cabo muchas obras buenas, fue ejemplar en el cumplimiento de sus deberes como sacerdote, y se distinguió por su desprendimiento de los bienes temporales y su ardiente caridad. Su amor a los indígenas lo patentizó defendiéndolos de las cargas que los oprimían y asistiéndolos durante la peste de viruela que los azolaba. Prohibió el mal tratamiento que se daba a los esclavos. Asistió a noventa y seis soldados enfermos de peste, que desembarcaron de una armada de S.M. Cuatro veces visitó la provincia, trepando hasta la serranía de los Arhuacos, a donde nadie, después de san Luis Beltrán, se había atrevido a penetrar, llevando sacerdotes por su cuenta, perdonando la vela y la cinta en las confirmaciones.

En los dos años y medio que estuvo entre los guajiros gastó más de 12.000 pesos. Lo que cobraba en las visitas lo daba en limosnas, que repartía todos los sábados en la puerta de la iglesia. No cobraba derecho a los pobres por administrarles los sacramentos ni a curas, religioso y clérigos, lo que según las leyes le correspondían. Enterraba de balde a los menesterosos e hizo nuevo arancel rebajando todos los derechos. Tuvo botica permanente en palacio para atender a los enfermos. Socorrió muchas veces la ciudad, haciendo traer víveres, que repartía gratis o vendía a mitad de su precio cuando había escasez. (…) Organizó el culto divino en la Catedral, dotándola de ornamentos y otros objetos que faltaban. Le dio órgano e hizo construir escaños, confesionarios, bautisterio, atriles, campanillas, candeleros, sitiales de plata y vasos sagrados y mandó fundir dos campanas grandes que estaban quebradas.

Fray Antonio trató de morigerar el clero, prohibió los juegos de envite y la producción y consumo de aguardiente; exhortó a los que estaban en mal estado a que se casasen, no cobrándoles ningún derecho; hizo suprimir en las partidas de bautismo la fórmula de hijo natural y que se pusiese en su lugar “de padres desconocidos”. Ordenó que las madres fuesen a cumplir con las leyes de la purificación y a ir al templo, como la Virgen, a dar gracias al Creador y a que las vísperas de fiestas nadie emprendiera viaje, a no ser a lugares a donde pudieran oír misa, y que las gentes cambiasen los domingos sus ropas de semana. Estableció las cofradías del Sagrado Corazón y de las Ánimas y fundó varias iglesias.

Este Obispo no dejó pasar día en que no celebrase el Santo Sacrificio, ya estuviese enfermo en su palacio, ya en las visitas en medio de las selvas solitarias o en las ardientes playas del Magdalena, al efecto hacía cortar cuatro o seis árboles cuyos troncos utilizaba como altar”.

Si prestamos atención al relato histórico – aún siendo repelentes las comparaciones – entre este sabio, prudente y buen prelado y el que viniera a ocupara, 300 años después de la aparición de la Torcoroma el solio episcopal de Ocaña, el balance es bastante disímil, pues, aquel fue un verdadero pastor que tenía un corazón de oro, mientras que el actual difiere grandemente pues su corazón es de hierro carcomido por la herrumbre y la codicia; este cardenillo o verdín, también conocido vulgarmente como verdigrís, es una pátina venenosa de color verdoso o azulado que se formó en el corazón del Ordinarius ocanenis sobre la superficies de cobre, porque hay que decir que tiene brillo de ese metal que ha sabido “pelar” desde 1993, ese corazón de latón inmisericorde que pasará a la historia como el Obispo de corazón de lata.

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Bibliografía.

Fernández Collado, Pbro. Ángel; “Obispos de la provincia de Toledo (1500-2000)”. Estudios Teológicos de San Alfonso. Imprenta Serrano S.L. Toledo (España) 2000.

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Abre bocas


27 de julio de 2011

Edwin Leonardo Avendaño Guevara, Pbro.

Otro bicentenario para conmemorar

“Unos apellidos que encontramos con regular frecuencia en los antiguos infolios de Ocaña y que fueron usados por varias generaciones siempre unidos, fue la combinación Gómez Farelo. Los caballeros y las damas de esta estirpe figuraron en esta ciudad en los primeros planos, y unos de ellos, el sacerdote Joaquín Gómez Farelo, escribió a finales del siglo XVIII un extenso ensayo sobre la aparición de la Virgen de Torcoroma, trabajo que indudablemente puede considerarse como el primer testimonio intelectual de nuestra comarca” .

Según el doctor Luis Eduardo Páez García, el valeroso sacerdote Gómez Farelo no sólo se dedicó de alma, vida y corazón a la difusión fervorosa de la advocación de Nuestra Señora de Torcoroma sino que también fue un aguerrido defensor de la causa independentista, en su monumental obra: “HISTORIA DE LA LITERATURA EN LA REGIÓN DE OCAÑA SIGLOS XVIII A XXI. 272 años de nuestras Letras regionales (1739-2011)”, sobre él dice:

Carátula del folleto sobre la Virgen de Torcoroma
publicado por el Presbítero Joaquín Gómez Farelo,
Segunda edición, Ocaña 1881


“Nació en Ocaña a comienzos del siglo XVIII y murió el 3 de diciembre de 1812. Fue sacristán de los jesuitas en la iglesia de San Bartolomé, en Santafé. En 1758 viajó a Santa Marta donde se ordenó como sacerdote; fue sacristán de la parroquia de Ocaña y luego cura en Chiriguaná. A su regreso a Ocaña, ocupó la rectoría de la Escuela de Cristo Sacramentado y fue también Limosnero Mayor de Nuestra Señora de Torcoroma. Sobre la labor de este benemérito sacerdote, dice así monseñor Pacheco: ―Llevada a cabo la reedificación de la capilla de Nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma, que se encuentra en le calle real de esta ciudad, reedificación que se hizo con el auxilio de pocas limosnas, pero en su mayor parte a expensas del Maestro Pbro. D. Joaquín Gómez Farelo, aparece que el 15 de diciembre del año 1800 fue trasladada la venerable imagen de la Virgen a aquel templo, en medio de solemnísimo ceremonial religioso. Durante la revolución de los Comuneros, en 1781, Gómez Farelo actuó como dirigente de la revuelta en Ocaña, como atestigua la nota oficial que el gobernador de Santa Marta, Antonio de Narváez y la Torre envía al obispo Francisco Navarro de Acevedo, uno de cuyos apartes dice: ―El subteniente don Apolinar de Torres, destinado con algunas tropas para contener y escarmentar las inquietudes de estas provincias, me dice que en las que se habían maquinado en la ciudad de Ocaña (en que se ahora se halla) de bastante gravedad se le asegura por personas fidedignas, e imparciales, que están complicados algunos eclesiásticos de que me nombra a don Joaquín Gómez Farelo que entonces se encontraba allí, a don Simón Tadeo Pacheco, a don Miguel Antonio Copete, y a don Manuel Domingo del Real... (A.H.N. Fondo Milicias y Marina, T. 117, folios 878 a 902).

Joaquín Gómez Farelo fue autor de la Reseña histórica de la aparición de Nuestra de Señora de la Concepción en el monte Torcoroma en Ocaña. El manuscrito original del documento data de 1788; se publicó en la Imprenta Real, editándose una segunda entrega en Ocaña, en 1881, en la Imprenta de José A. Jácome. Las dos obras anteriormente mencionadas, fueron realizadas a manera de reseña, de información histórica sobre la aparición de la Virgen de Torcoroma (que tuvo lugar en 1711) , incluyendo testimonios sobre la ocurrencia de milagros, y opiniones de autoridades civiles y eclesiásticas sobre el caso

La fecha de defunción que nos da el Dr. Páez García difiere de la de don Rodrigo Isaza Llano – reitero que desconozco las fuentes, pero el segundo nos la presenta así: “1812. Junio 5: murió el cura de Ocaña doctor Joaquín Gómez Farelo”.

Sea cual fuere la fecha, por ahora es importante comenzar a meditar en qué debemos hacer para conmemora el bicentenario de su muerte, pues no fue el personaje indicado un cura de “Misa y olla”. Veamos lo que nos cuenta el doctor Alejo Amaya:

“En el año de 1796, siendo obispo de Santa Marta el ilustrísimo señor don José Alejandro Egüges y Villamizar, entabló pleito, ante el gobernador del obispado don Domingo Díaz Granados, el maestro don Joaquín Gómez Farelo, contra los señores don Miguel Antonio Rizo y don Simón Jácome Morineli, mayordomo de fábrica de la parroquia, por doscientos pesos en dinero y ciento más en que valoraba un horno de cal y unos ladrillos que para la iglesia les había prestado y que pertenecían a la que se le proyectaba construir a la virgen de Torcoroma, de la cual era el maestro Gómez, y limosnero mayor. Defendía la causa de la Virgen en Santa Marta ante Su ilustrísima, el señor don Felipe Martí, abogado de fama, y después de mucho pleitear, de mucho llevar y traer expedientes y certificaciones, logró que condenara Su señoría a los mayordomos al pago de los trescientos pesos reclamados, más a cuarenta de costas”.

Como podemos aseverar, el padre Joaquín Gómez es otro de los muchos personajes representativos de los verdaderos valores ocañeros, por tanto, y para no dejar nada al garete de la improvisación, las instituciones culturales y civiles, especialmente las gubernamentales – que en verdad de apuño desdeñan todo lo que estamos exponiendo, y lo decimos conscientemente pues así pasó en el municipio de Convención hace un par de días con el centenario de la muerte del doctor Alejo Amaya, ‘les importó un bledo’ pues no hubo poder humano que les hiciera comprender lo trascendental de la remembranza, pero “no se le pueden pedir peras al COLMO”, como muchas veces lo dijo el escritor David Sánchez Juliao y si gustan, Ustedes lo pueden confirmar, pregunten por la programación cultural y los homenajes; aunque la correspondencia institucional fue abundante jamás encontró repercusión, seguramente porque el señor secretario de cultura, turismo y deporte se ha concentrado más en el último tópico de su cargo, el tomar todo deportivamente-; aún más, las autoridades religiosas deben sumarse efectivamente para ir aunando ideas, que se cristalicen en obras. Por ejemplo, valdría la pena hacer una edición fascimilar de la obra colonial: “Reseña histórica de la aparición de Nuestra Señora de la Concepción en el monte de Torcoroma en Ocaña”, del referido autor y que es todo un portento bibliográfico. Si Ud. amable lector pasa por la Biblioteca Nacional de Colombia encontrará una copia de 1881, (15 páginas), en muy buen estado, bajo el número consecutivo B 9825. Este sería un primer homenaje para revivir la memoria sagrada del primer y más aventajado sacerdote torcoromano, a quien los ocañeros le debemos la construcción de la capilla Urbana de Nuestra Señora.

Con respecto al dato exacto de su muerte habría que buscar su partida de defunción –si existe- o preguntar a los académicos cuales fueron sus fuentes primarias para datar el suceso.

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La historia Sobre la aparición de Nuestra Señora de Torcoroma se reprodujo textualmente, de la “copia de Ympreso”, manuscrita, fechada el 7 noviembre de 1818, realizada sobre un ejemplar del folleto impreso — de propiedad de don José Vicente de Ibáñez Aguirre Vidal y Madrigal—, publicado en la Imprenta Real, en 1805. Esta copia manuscrita recoge el texto completo de la mencionada relación impresa que finaliza con la certificación expedida en Ocaña el 1° de julio de 1801, por Francisco Gómez de Castro, Escribano Público y Real. Consta el manuscrito de 14 hojas, de 22 x 15.5 cms., escritas por ambos lados, en hermosa caligrafía y enteramente fiel al impreso que le sirve de base, según lo dice el mismo copista, que respetó escrupulosamente “la ortografía y erratas del Ympreso”. Los números que aparecen intercalados en el texto que ahora se publica, figuran, en igual forma, en la copia manuscrita corresponden a las páginas del folleto impreso. Las letras mayúsculas (B, C, D, E) que también aparecen intercaladas en el texto, al pie de las páginas 9, 17, 25 y 33 del folleto impreso, corresponden a la signatura de los respectivos pliegos o cuadernos del, folleto, que, al parecer, constaban de 8 páginas cada uno y que, según era costumbre, se signaban con letras del alfabeto en lugar de números.

Es actualmente propietario de dicho manuscrito el doctor Lucio Pabón Núñez , quien ha querido, con la publicación de esta pieza de gran valor por su rareza, enriquecer la historia de la ciudad de Ocaña. N. del E .

SOBRE LA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE TORCOROMA

COPIA DE IMPRESO

Relación puntual del maravilloso aparecimiento de María Santísima en el corazón de un árbol en la cumbre de los montes de Torcoroma de esta ciudad de Ocaña, Provincia de Santa Marta Nuevo Reino de Granada. Cuyo prodigioso simulacro se venera en la parroquia de dicha ciudad.

Con Licencia en la Imprenta Real.

Año 1805

En conformidad de los decretos de la Santidad de Ur¬bano VIII de mil seiscientos veinticinco y mil seiscientos treinta y uno (1625 – 1631) se protesta y advierte que en cuanto se dice en este Libro de la Relación de la Aparición de Nuestra Señora la Virgen en los Montes de Torcoroma, así en cuanto a la aparición como en milagros, elogios, etc., no se pretende prove¬nir el juicio de la Iglesia ni dar más crédito que el que merece una fe puramente humana y así esto como cuanto se contiene en esta relación se sujeta a la corrección de la Santa Madre Iglesia.



INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA

Habiendo mi indigna pequeñez merecido tantas y tan repe¬tidas asistencias de la mano poderosa de Señora la Madre de Dios María Santísima y comido sin merecerlo el Pan de su casa: pues subiendo a la Corte de Santafé, como el más desdi¬chado peregrino con deseo de estudios así menores como mayores, que no llegué a perfeccionar por mi flojedad y ma¬licia: me hicieron los padres que llaman de la Compañía de Jesús a poco tiempo sacristán de Nuestra Señora del Socorro, que se venera en aquella Iglesia (hoy San Bartolomé y San Car¬los). Acabado el curso de Artes que me leyó el padre Antonio Ferraro el año de mil setecientos cincuenta y ocho (1758), bajé en el mismo término de peregrino a la ciudad de Santa Marta como provinciano de ella, en donde antes de un mes ya fui sacerdote (estado que no merezco) a título de una capellanía del coro de su Catedral, sin otro empeño que el de ésta Divina Señora y celebré mi primera misa en el altar de la pura y limpia Concepción de María, por promesa que desde muy tierno había hecho: en la dicha Catedral fui también Sacristán mayor presentado por el Vice patrono; pasé de aquí al empleo de Cura de Almas al sitio de Chiriguaná, en donde hallé de patrona a esta Divina Señora en su advoca¬ción de Chiquinquirá, la que coloqué nueva de cuerpo en¬tero y marco dorado, le fabriqué templo, tabernáculo, sagra¬rio, etc., vine a esta ciudad de Ocaña como mi patria y a poco tiempo se me hizo el honor de Rector de la Escuela de Cristo Sacramentado y el de Limosnero mayor de Nuestra Señora de Torcoroma. Con que no sería razón dejar al silencio las dig¬naciones de su soberanía y grandeza ni callar sus repetidos favores y maravillas. No me olvidaré de vuestra casa Emperatriz Soberana gloriosamente aparecida para nuestro bien y con¬suelo. No me olvidaré de ti diré una y muchas veces con las voces que el real profeta cantó las Glorias de su querida Jerusalén. La mano que ha manejado la pluma para estampar estos toscos borrones, se quede sin movimiento; y en perpetuo olvido, si yo me olvidare de ti, mi siempre amada y venerada María y afligida y lastimada al pie de la cruz de tu amado hijo, muerto por mi amor: “si oblitus fuero tui oblivioni de tur dextera mea” , la lengua se me añude en la garganta si no hiciese memoria de ti: “Adhaereat lingua mea faucibus meis si non meminero tui” . Yo Señora me acordaré y acordaré a los fieles los muchos favores que han logrado los que os veneran con entrañable devoción y amor. Yo pondré en su memoria tu misterioso aparecimiento, para que os reverencien con el mayor culto, al ver las repe¬tidas demostraciones de vuestra piedad.

Y porque me da lástima Señora que santuario tan ilustre, misterio tan admirable, maravilla tan singular en todo el orbe cristiano este aún todavía en tan pobres pañales: antes de principiar lo histórico, paso Señora a pediros favores, y mer¬cedes para las mismas, alentado y confiado de lo que tu precioso Hijo dijo: “petite et accipietis” . Lo primero que hago a pediros, es la permanencia del clero en esta Ciudad y en me¬jora de sus costumbres, con que edifiquen a los vecinos de ella para que no falten dignos Ministros que repartan el pan de la Sagrada Doctrina en que tanto se interesa vuestra, y el provecho de las almas: esto os suplico Señora encarecida¬mente porque lo deseo con todo mi corazón. Lo segundo que paso a suplicaros, es, Señora: que miréis por lo material de vuestra casa; pues no dice tan limitado ta¬bernáculo hoy en un Altar, mañana en otro, con vuestra grandeza ni con la excelencia del portento y la maravilla de ha¬beros aparecido gloriosa en aquella Montaña de Torcoroma, santificando aquel dichoso árbol, casa propia. Señora te pido, sea en esta Iglesia; o donde sea de tu agrado. ¿Sin Iglesia la Emperatriz de los Cielos? ¿Sin casa la Reina de los ángeles y hombres? ¿Sin posada la que dio albergue al mismo Dios humanado? ¿Con aquel primero, pobre, y pequeño retablo que os labró la devoción, aun todavía te mantenéis al cavo de setenta y cinco años de vuestro Santísimo aparecimiento, al dichoso Cristóbal Melo? ¿Y qué esto se vea en Ocaña donde está la fe y la devoción tan viva? ¿Pero qué mucho si varios moradores en ella ignoran este soberano portento? ¿Hasta cuándo Señora queréis tener oculto este aparecimiento vues¬tro? No será ya tiempo de daros a conocer por todo el Orbe. Todo el Mundo sabe y celebra la aparición que hiciste al apóstol Santiago en Zaragoza , aun viviendo en este mundo: Deipara adhuc in humanis agens apparuist . No se han conseguido Templos tan suntuosos con tantas rentas ricamente adornados. ¿No se ha conseguido en México en tu advocación de Guadalupe ? ¿En Chiquinquirá de este Reino de Santafé? ¿Y finalmente en todo el mundo? ¿No te hallas en tu propia casa decente Solio de tu habitación? ¿Pues qué miseria es la nuestra? ¿Qué habiendo tantos años de tu aparición y habiendo habido algunos sujetos que intentasen fabricarte templo nunca ha faltado algún émulo que lo impida? Ea pues Señora esto ha de ser, vos sois la que todo lo podéis, nada hay, impo-sible para vos: y pues lo podéis hacer, y os interesáis en ello, hacedlo Señora: moved para ello los corazones de nuestro Ilustrísimo Prelado que es o fuere de esta Provincia, moved a esta Ciudad de Ocaña: moved al Sagrado Clero, a y su Vicario: moved a su Ilustre Cabildo, para que todos a una se interesen con el mayor celo a tu santa obra, pues a poca costa se puede erigir tu santa casa, por haber algunos preparativos para ella. Pero me podrá alguno objetar, que para conseguir licen¬cia para la erección de algún templo que se dedica a alguna imagen aparecida, se hace preciso mostrar monumentos, tes¬timonios, escrituras y traducciones que confirmen la verdad del dicho aparecimiento, para que informados de él el Obispo, y demás Superiores puedan pasar a conceder esta gracia: pues si esta es la menor dificultad, dadme Señora luz, y acierto para salir de ella; que tan ignorante en todo, y más en estas materias que jamás he practicado, dificultoso será satisfacer a la propuesta si vos Reina Soberana no lo ponéis todo con vuestros auxilios, y gracia para el acierto: pero con lo muy limitado que mi cortedad alcanza, propondré las razones, y los motivos más congruentes a el fin que intento, así en monumentos, como en testimonios y milagros, sin faltar un punto a la verdad que yo alcanzare. Y aquí Señora haremos pausa en nuestro razo¬namiento, mientras paso a dar al público, fieles probanzas de vuestra santa aparición en el Monte de Torcoroma.


TESTIGOS QUE DECLARAN LA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE TORCOROMA

Sea lo primero el que a la vista tan perfecta de aquella Imagen Santísima de María en su Concepción no tuvo la me¬nor duda el ilustrísimo señor obispo don fray Antonio de Monroy y Meneses, Predicador de la Majestad Católica, de aprobarla en su santa vista, que celebró en esta Ciudad a los cinco años de haberse aparecido que fue el de mil setecientos diez y seis (1716) y haber ins¬tituido por camarera de las prendas y ropa de Altar que la devoción había contribuido a este Santuario, a Pascuala Ro¬dríguez, mujer de Cristóbal Melo, el que con sus dos hijos se hallaron este preciosísimo tesoro: a que es agrega la que dio don Baltasar de Armenta, Cura y Vicario de la Ciudad de Valledupar como Visitador de dicho señor Monroy el año de mil setecientos treinta y uno (1731). Del mismo modo don Cristóbal Sanz de la Rosa, cura de Tenerife, también Visi¬tador Eclesiástico del mismo Señor Monroy en el de mil se¬tecientos treinta y cinco (1735); los que como que estaba tan reciente el caso de ésta Santa aparición, y con aquella pureza, madurez y celo, que pide el empleo de visitadores, se deja ver el escrutinio que harían para permitir la adoración y culto de ésta Santa Imagen; mayormente aun habiendo todos los que tuvieron la dicha de tanto hallazgo y en los mismos términos han seguido los demás Señores obispos, y sus visitadores en sus respectivas visitas, aprobando la referida aparición hasta el presente que componen el nú¬mero de ocho obispos y seis visitadores: los cuales señores obispos le han concedido con franqueza a esta Divina Señora sus respectivas indulgencias.

Lo segundo: que el nominado señor Monroy, de la tapita que arropaba y cubría a esta Divina Señora dentro del madero donde fue hallada, con cera derretida, o blanda, fijándola en ella, salía el molde tan perfecto como la misma Ima¬gen, de los que se dice hizo muchos ejemplares, y no sólo en este Reino; sino hasta los de España remitió. Esta tapita se halla en la actualidad en la Ciudad de Simití colocada en aquella Iglesia, la que tienen con gran veneración; y para testimonio de lo que llevo referido, me remito a la prueba: pues si se presume ser esta Imagen esculpida en aquel pe¬dazo de tabla, la misma tapa prueba de contrario.

Lo tercero: que para efectos del Concilio que se principió y no se finalizó en la Capital de este Reino, como en él se tratase de reliquias, de orden del Presidente del relato Concilio, que fue el ilustrísimo señor don Agustín de Alvarado , obispo de Cartagena y con jueces los señores deán y cabildo en el año de mil setecientos setenta y cuatro (1774) pidió a su secretario el doctor don Agustín Alarcón, los testimonios que hubiese de la aparición de esta Divina Señora y que se le remitiesen sin pérdida de tiempo y no hallándose papel ni testimonio que lo declarase, el Vicario de esta Ciudad que lo era y lo es en la actualidad, con el agregado de Apostólico por el ilustrísimo señor don Francisco Navarro y Acebedo Obispo de esta Pro¬vincia, el dicho Vicario hizo una información de cinco Eclesiásticos, los más antiguos, y observantes, con dos seglares, que lo fueron don Miguel Antonio Copete, sacristán mayor de esta Parroquia; don Juan Antonio Lamberto y Torrado, Te¬niente de Cura; doctor don Simón Tadeo Pacheco, Cura propio de los Pueblos de Borotaté San Antonio y La Loma; don Miguel Antonio de Aro y el doctor don Pedro Maldonado. Los seglares fueron: don Juan del Rincón, y don Tiburcio Valeriano Cañizares y Arteaga, que todos contestes en sus dichos hacen aquella fe humana, con que debemos asentir, es indubitable este misterioso aparecimiento. Todo consta en el Archivo Eclesiástico.

Y aunque de aquella información se ve claramente que no hubo papeles ni testimonios, que justifiquen, ni declaren por cierta esta aparición (con licencia de los dichos y autori¬dad de sus personas) digo: que sí los hubo: por que en aquel tiempo en que aun no estaba la gente tan versada, ni impuesta en todas las materias de religión ni haber abundancia de Ministros que la enseñasen ni repartiesen, siendo el ilustrísimo señor Monroy un hombre tan pulcro y enteramente completo y exacto en el cumplimiento de su obligación; (como se ve en sus Autos, y Providencias) se hace como imposible no hubiese hecho las diligencias debidas para la justificación de este aparecimiento, cuando aun vivían los tres dichos hombres que tuvieron la felicidad de tanto hallazgo: ni menos los demás señores obispos sin controversia ni duda lo hubieran permi¬tido pública ni privada adoración ni celebrado misa en su mismo altar ni le hubieran concedido sus respectivas indul¬gencias ni se hubieran interesado tanto a que se le hiciese capilla a esta Divina Señora, máxime el señor ilustrísimo don Juan Nieto Polo del Águila , quien mando; que de las limosnas de esta Señora se agregasen a la fábrica de esta Iglesia por su pobreza, en la que precisamente se le contribuyese altar a este Simulacro; como en efecto se sacaron doscientos cuarenta pesos un horno de cal, porción de ladrillo, y piedra: todo consta por Auto del mismo señor Polo en el libro de mi Señora que a mi cargo tengo.

Y para que se vea si hubo papeles que justifiquen cierta esta aparición; digo: que viniendo de Visitador a esta Ciu¬dad el señor don Tomás Francisco Conrado y Roginel, Tesorero Dignidad de la Catedral de Santa Marta el año de mil setecientos cuarenta y dos (1742) estando todo preparado para la fábrica de la capilla de mi Señora aparecida cercano al llanito, que llaman de Santa Bárbara en uno de los Barrios de esta Ciudad entregado su Señoría de todos los papeles testimonios, libro de apunte, de limosnas y prendas anexas a esta Señora por su capellán, que lo era el licenciado don Antonio Montejo (con el que guardaba dicho señor Conrado grande armonía y familiaridad) por no sé qué influjos de algunos malos querientes del dicho capellán Montejo, que haciendo oficio de demonios no faltan en los lugares para pervertir y entorpecer las cosas santas; de improviso se mudó el teatro y lo que antes era amistad, se convirtió en enojo y lo que era celo y devoción se redujo a pasión: de la que llevado el dicho visitador no quiso condescender en la dicha capilla y devolviéndole al capellán sólo el libro, se llevó consigo los demás papeles el relatado Visitador, los que con su temprana muerte; y como fuese en el sitio de Barranquilla, Provincia de Cartagena, enteramente se perdieron: y esta es la causa de no haber pape¬les, ni testimonios de este milagroso aparecimiento.

APARECIMIENTO DE NUESTRA SEÑORA DE TORCOROMA


Habiéndome hecho la honra que no merezco, el Vicario de este lugar, que fue don Francisco Quiroz de Limosnero, mayor de esta Divina Señora, con el consentimiento de Su señoría ilustrísima el obispo mi señor don Francisco Navarro y Acebedo refrendándome el título de tal, el visitador que lo fue don Ignacio Cardona el año de mil setecientos ochenta y siete (1787) con algunas ampliaciones: he podido adquirir algunos papeles a fuerza de mil diligencias escritos en aquel tiempo de este milagroso aparecimiento que dicen así: por los años de mil setecientos diez (1710). Habiendo un vecino de esta Ciudad de Ocaña que tenía una corta hacienda de caña en el pie o Valle de los montes de Torcoroma a la parte del poniente llamado Cristóbal Melo casado con Pascuala Rodríguez de quien tuvieron dos hijos José y Felipe de buena y sincera vida, ordenando a dichos hijos; en atención a ir creciendo las cañas y para la fábrica de sus dulces se hacía indispensable una caja o canoa para su sazón; que se partiesen luego al punto por lo empinado de aquel Monte, y que llevasen consigo los fierros correspondientes para cortar un madero y fabricar dicha canoa; partieron los refe¬ridos José y Felipe en cumplimiento de la orden de su pa¬dre, y examinando todo aquel Monte, sólo hallaron en una ensillada antes de llegar a la cumbre un árbol que les causó admiración por ser tiempo de verano y haberlo encontrado todo lleno de flores encarnadas tan olorosas que transcendía su fragancia ocupando todo aquel prado: parecíales ser adecuado aquel árbol para el efecto que solicitaban; y echando mano á la segur o hacha dieron con él en tierra, ponderando cada vez más el olor, porque si el de las flores era grande y suave, no era menos el de las astillas que del dicho palo despedía: cayó como he dicho el palo, y como es aquel paraje tan pendiente y fragoso rodo lo principal del mástil a una profundidad, de donde para sacarlo se les hizo muy difícil; y como fuese tarde, se volvieron a casa, dando razón a su padre de todo lo acaecido: así pasaron algún tiempo, hasta que compelidos de la misma sementera de cañas que les apuraba su beneficio, se dispusieron padre e hijos y volviendo de nuevo a examinar todo el Monte y no habiendo otro madero del porte ó más grueso que el primero, se resolvieron a labrar del referido la canoa que necesitaban: y haciéndole el corte para que quedase libre la troza, llegando con aquel a la me¬dianía del relatado madero, levantando los astillones que se de¬jan considerar, en uno de ellos se descubrió una Imagen de María Santísima mi Señora a modo de Concepción, de medio relieve, juntas y puestas las manos sobre el pecho, con la ac¬ción del rostro como inclinada al cielo, con su corona impe¬rial, parada sobre su media luna; todo del color del mismo palo: la cual vista y reparada por el buen Cristóbal Melo metiendo las manos al hijo que a la sazón era el que cortaba con la hacha, le detuvo el golpe, y postrado Padre e hijos adoraron a aquella rica Joya, de la que se dice despedía de sí no sólo una grande luz; si no el aromático olor de todo el árbol, como cuando lo cortaron.

Con la curiosidad, y cuidado posible sacáronla del palo y como el que va en busca de una moneda y se halla un rico tesoro, dejando estos dichos la canoa, volvieron a su casa rezando por toda aquella maleza el Santísimo Rosario: corrió la noticia entre aquellos circunvecinos y de estos a muchos de la ciudad los que repetidas veces concurrían con luces a rezarle su Rosario en la referida estancia: y aunque le estimu-laban a Cristóbal Melo para que la manifestase al Vicario de esta ciudad y diese noticia de su aparecimiento, temeroso el dicho Melo que no le creyesen, no lo ejecuto; pero como los prodigios de ésta Divina Señora se continuaban y las gentes ardían en su fervor, se resolvió a traerla a la ciudad el día diez y seis de agosto corriendo el año de mil setecientos once para el de doce (1711-1712) a su casa y morada del referido Melo a donde concurría mas copia de devotos con sus luces; en cuyo día diez y seis se celebraba en esta ciudad fiesta a san Roque por las pestes: y así por la novedad de unos y devoción de otros, como por lo que vieron y experimentaron de prodigios, que fue lo primero que hallándose una mujer cuasi muerta, porque había algunos días que estaba pariendo desesperada de hu¬mano remedio, pidió le llevasen a la Virgen aparecida, y luego al punto parió un hijo muerto ya fétido, y con la cabeza tan hinchada que parecía un monstruo. Otra mujer que estaba cerrada de poros por vehemente dolor cólico, a penas se encomendó a esta Señora aparecida, que de improviso quedo sana y buena. Una India ya de alguna edad, que había tiempo, que estaba ciega anhelando por ir donde estaba esta Divina Señora como desvalida de quien la condujera, pudo por sus instancias conseguir unas rosas amarillas que llaman amapo-las tocadas en esta Imagen, al instante cobró la vista con sólo aplicarlas a los ojos. Entre los muchos que concurrieron a ver y adorar este prodigioso Santuario, llevándole sus luces (las que de día y noche ardían continuamente) pareciendo aquella casa un bien iluminado Monumento, ocurrió un ve¬cino de esta ciudad nombrado don Francisco Quevedo y lle¬vando una vela de sebo, se dejo decir enciéndamele esa vela a ese pedazo de palo que se ha hallado el viejo Melo: (caso raro, señores) pues ninguno de los circuns¬tantes; pero ni el mismo Quevedo pudieron encender la dicha vela todos estos prodigios como se divulgasen en el lugar, llegó en breve a noticia del vicario que lo era con Diego Jácome de Morineli, el que mandó a el referido Melo le llevase la Imagen aparecida y examinándola con ajuste de la tapa que le cubría, le permitió siguieran con toda franqueza y libertad en la adoración y les exhortó a la devoción de esta Divina Señora; pero como cada vez iba creciendo más y más el fervor y devoción en las gentes con lo que veían de prodigios viniendo en su santa visita el ilustrísimo señor don fray An¬tonio de Monroy y Meneses a esta ciudad el año de mil setecientos diez y seis (1716) se le dio noticia de esta Imagen, poniéndole presente también su aparición, la que especuló; examinó y con la tapita, probó, y no dejándole en que dudar, hiso a Pascuala Rodríguez (mujer del dicho Melo) cama¬rera de las alhajas y ropa de altar, que la devoción había con tribuido a esta Señora y dio permiso para que en el mismo lugar de su aparecimiento se le construyese capilla; la que no tuvo efecto, y a pocos años mando Su señoría, que la trajesen y colocasen en la Iglesia de esta ciudad porque su gran celo no permitía que tanto Santuario estuviera en el campo, en una casa particular y escasa por su pobreza y sin facultades para hacerle el posible albergue a tanta majestad: todo consta de Autos y providencias así de este ilustrísimo prelado como de sus visitadores, tanto en el libro que a mi cargo tengo de ésta Señora, como en el archivo Eclesiástico a que me remito.

Resueltos ya aquellos dichos hombres a entregar la Virgen aparecida y el vicario y vecinos a traerla por la orden supe¬rior de Su señoría ilustrísima a esta ciudad de aquella estancita o retiro de Cristóbal; como no llevasen el aparato debido, se infiere fue la causa, que de improviso se armó una terrible tempestad de agua, truenos y relámpagos, que parecía se desplomaban los cielos, radicada en la cumbre donde fue ha¬llada esta Señora, alcanzando hasta la dicha estancita por cuya causa se volvieron sin la prenda que solicitaban; pero al día siguiente se partieron en concurso de uno y otro cabildo, con capa de oro, cruz alta y como se deja ver los corazones mejor dispuestos y trayéndola a esta Iglesia sin cesar de rezar el Rosario, Letanías y la colocaron a el lado derecho del altar mayor en la cabecera de su nave, todos con gran regocijo por tener tanto relicario en la ciudad. Todo aquel madero lo redujo la devoción a menudos pedazos sin perdonar hojas, cascaras ni raíces, de que hasta hoy se conservan en algunas personas devotas y como universal triaca cura toda enfermedad como acaeció a doña Juana Quintero (que aun vive) pues habiéndole acometido el grave accidente de flujo de sangre luvia que padeció el espacio de seis meses, por recordación de su hijo el doctor don Pedro Maldonado, le ofreció a esta Señora hacer su fiesta (que celebra esta ciudad el día quince de diciembre) y aplicándose la cascara de aquel dichoso madero en las caderas la dicha doña Juana, aun sin haber cumplido su promesa, en pocos días quedó tan buena que jamás le ha vuelto una enfermedad tan terrible. De la falda de aquella Montaña y muy inmediato donde se cortó este árbol mana una fuente, que no es menos maravillosa, por los prodigios que igualmente hacen sus aguas, o bebiéndole, o bañándose con ella: muchos ejemplares pu¬diera referir de su eficacia; pero por no hacer odiosa esta materia con la dilación diré sólo: que en vista de los muchos prodigios de Nuestra Señora aparecida, careciendo de aguas, el pueblo de San Andrés, habitación de indios, que existen en la cumbre contigua a el mismo Monte de la relatada apari¬ción, para su servicio y alimento (que los veranos por cortos que fuesen) uno de aquellos tributarios llamado Lorenzo de Omaña trajo de aquella fuente una vasija llena de agua y derramándola en la vertiente que tenían en el invierno cerca del referido pueblo, invocando a Nuestra Señora, jamás se ha vuelto a ver seca aquella aguada, aunque hayan hecho los más rigurosos veranos.

Una mujer llamada Margarita Picón padeció mucho tiem¬po una lepra tan fatal en una mano y brazo que hinchado y por todas partes reventado con el dolor continuo que se deja considerar, como por su pobreza no tuviese facultades para su curación, invocando a esta Señora y pasando de romería aquella fuente y lugar de su aparición, lavándose en ella el brazo y mano quedó enteramente sana, como si jamás hubiera estado enferma (vive aun todavía) y al tenor de esto son tantos prodigios que ha hecho y hace esta Señora a el que con fervor y confianza le pide, que sería no acabar si los hubiera de de¬dicar a la pluma.

Pero por tan moderno y público sólo haré presente el que se sigue: viniendo de visitador por el ilustrísimo señor doctor don Francisco Navarro y Acebedo, Obispo de esta Provincia, don José Ignacio Cardona, cura propio de los pueblos de Borotare , San Antonio y La Loma a esta ciudad el año de mil setecientos ochenta y siete (1787) y abierta su visita, examinando en la Iglesia las imágenes y reliquias, se le hizo presente la de Nuestra Señora de Torcoroma y su aparición y como es tan pequeña como un jeme y con las prendas que tenía puestas le ocupase todo el cuerpo (a excepción de las manos, garganta y rostro) sin más examen dijo: que si él hubiera sido el primero que la visitó y aprobó la primera vez que fue visitada la hubiera mandado a echar a el juego porque no tenía todas las perfecciones debidas. De cuyas palabras así ambos cabildos que se hallaron presentes como el demás concurso de hombres y mujeres, quedaron muy escandalizados: al día siguiente paso Su señoría a la Iglesia dijo misa y entrando en casa de su hermana que con su esposo se hallaban a la sazón en esta ciudad con motivo de desayunarse dicho visitador, antes de ejecutarlo le acometió tan vehemente dolor en el bazo que al paso que este crecía, también crecía su aflicción invocando los Santos de su devoción; así pasó toda la mañana sin hallar alivio ni remedio divino ni hu¬mano, aunque varios se le aplicaron: acordóse de las voces que el día antes había proferido en aquel concurso de gentes en la Iglesia contra la perfección de Nuestra Señora y como avergonzado por la presencia de los circunstantes interiormente la invocó y como aún no bastase dijo de esta manera: señores el que públicamente peca, públicamente ha de arrepentirse y a gritos comenzó a llamar y solicitar de esta Señora el remedio (sería a la una de la tarde) y sin más medicamento que una taza de caldo que le trajeron, tomado este, volviendo para la pared se quedó dormido como uno bueno y sano y despertando entre las cuatro y cinco de la misma tarde me encomendó a mí que al otro día le celebrase una misa cantada a mi Señora de Torcoroma. No obstante que el dicho visitador también lo hizo en aquel día, con el mayor aparato de cera, música y revestidos, pues quedó tan aliviado de su dolor, que a las seis se fue por sus pies a su casa. De este caso fuimos testigos don Diego Quintero, cura propio de estos pueblos circunvecinos, don Rafael Peinado, don Vicente Pies Chacón, y yo, a quienes en los mismos términos que llevo referido, lo expresó el relatado visi¬tador y con nuestros mismos ojos vimos: todo lo cual doy prueba de la certidumbre de este prodigioso aparecimiento.

Pero dado caso que enteramente faltaran papeles, instru¬mentos e informaciones que manifiesten y aseguren sin controversia esta verdad, bastaría para su crédito, la invariable y constante tradición; sin que ninguno jamás haya puesto en duda ni en disputa este milagroso aparecimiento. Y así esta tradición anticuada y no corrompida de setenta y siete años probada hasta aquí con milagros e instrumentos, es fundamento fuerte y sólido, para tener y creer píamente la aparición de esta Señora a Cristóbal Melo y sus dos hijos en aquel árbol que cortaron en los Montes de Torcoroma; aunque nos falten las escrituras antiguas en que supongo habría pruebas muy sólidas y más au¬torizadas de esta verdad. Lo primero por que las tradiciones anticuadas y no corrompidas siempre han sido de mucha fe y autoridad, como vemos en las tradiciones apostólicas. Lo segundo porque el apóstol encarga mucho se guarden las tradiciones, como consta de la segunda Carta a los Tesalonicenses, en que les dice: Thenete traditiones quas accepistis, si fe per sermonem sive per epistolam . Y en la primera a los de Corinto dice: Ego enim accepi a Domino quod et tradidi vobis. Lo tercero: porque la verdad y la Ley de Dios se han conservado en muchas edades del mundo sin escrituras, con las tradiciones y se prueba por que desde Adán, hasta Moisés hubo Ley de Dios e Iglesias de Dios en el mundo, y adoraban y reverenciaban los hombres a Dios con fe, esperanza y caridad; y con ritos externos, como consta del Génesis, en que se introduce Adán, Abel, Seth, Enoch, Noé, Abraham, Melquisedec y otros hombres justos y consta de san Agustín en el libro once De Civitate Dei ; y siguientes, en que deduce la ciudad de Dios desde el principio del mundo, hasta el fin. Es así que antes de Moisés, que fue el primer escritor sagrado en el sentir común, no hubo escritura alguna divina: luego, veinte mil años se conservó la religión en la tradición sólo, sin escrituras: luego las escrituras no son simpliciter necesarias para todo lo que se tiene por cierto aun en lo que toca a la religión.

Es cierto que desde Moisés hasta Jesucristo que pasaron como otros dos mil años hubo escrituras, que son las del Testamento viejo, mas estas sólo eran para los judíos; pero las demás gentes entre las cuales había algunos con verdadera religión, y fe; como Job y sus amigos; y otros, estos sólo usaban de tradiciones, donde se conservaba la noticia de la religión y no tenían escrituras: aún, más en la Ley Evangélica no todo lo que se cree y observa está en las escrituras. Mucho hay por tradiciones: Luego ésta nuestra tradición de la aparición de mi siempre venerada mi Señora de Torcoroma. Proportione servata , es digna de pía fe aunque falten las escrituras. Aumentase la credulidad de esta historia, con la veneración que siempre ha tenido este Santuario en Ocaña y toda su comarca, como en la ciudad de Simití, Provincia de Cartagena donde se halla en una urna la tapita que abrigaba todo el cuerpo de esta Divina Señora, que con gran veneración la tienen colocada en el altar de Nuestra Señora del Carmen y el sagrado culto que se le da desde su aparición que fue el año de once corriendo para el de doce de este siglo; que duran y permanecen las solemnes fiestas que se le hacen el día quince de diciembre, que es el propio de esta Señora y por celebrarla se atropellan los vecinos de esta ciudad hasta manifestarse quejosos porque no los anteponen unos a otros; sin que falte persona que tenga hecho voto siempre que no haya quien la pida, hacerle la fiesta.

Los milagros son una de las pruebas grandes de nuestra verdadera fe y religión: en todos los siglos y edades ha hecho Dios milagros para confirmarnos y más en su creencia, como consta de las historias eclesiásticas; o para la nueva fe de alguna cosa especial de Dios, o para persuadir alguna extraordinaria legacía, son necesarios los milagros dice el cardenal Belarmino: Miracula sunt necesaria, ad novam jidem vel extra ordinariam mitionem persuadendam. Quiere Dios enviar a Arón con embajada a Faraón, para redimir el pueblo de Israel, excusase a Arón diciendo: que no le creerán su dicho ni que Dios se le ha aparecido: Non credent mihi, nec audient vocem meam, sed dicent, non apparuit tibí Dominas: y que dice Dios ¿Anda, que sí te creerán? no por cierto; sino que apela a los milagros y el de la vara convertida en culebra, ya el de la mano, que poniéndola en el seno, la muestre leprosa y volviéndola a poner en el seno la muestre buena: y si aun no le creyesen, que apele a sacar agua del río Nilo y echándola en el suelo se convierta en sangre: a todo esto apeló Dios y todo se lo mando a Moisés para que le crean y lo que le sucedió fue que yendo con su hermano Arón con¬gregaron el Pueblo, habló a Arón por Moisés, hizo los signos que Dios le había mandado delante del pueblo y con esto lo creyeron; de donde se ve claro, que Dios se vale de los milagros, para que sus siervos en las legacías especiales sean creídos: así sucedió a aquel buen indio sano en la Ciudad de México cuando se le apareció Nuestra Señora de Guadalupe, que después de ser legado de la misma Señora por dos veces, para que en aquel paraje se le construyese templo, no le dieron crédito, hasta que para que le creyeran le dijo la misma Señora llevas estas rosas para que te crean: y recibiéndolas el buen indio en el canto de la camiseta al mostrar las rosas al Obispo , lo que se halló esculpido en ella fue la misma imagen de Guadalupe, que hoy se venera en todo aquel Reino y veneramos en los demás de estas indias con rito de doble mayor. Esto hizo Dios en su modo con Nuestro Cristóbal Melo, en la aparición de Nuestra Señora de Torcoroma: Él se mantuvo algún tiempo sin quererla manifestar temiendo no le diesen crédito, hasta que viendo sus prodigios, la trajo a esta ciudad y en ella hiso esta Divina Señora el de la mujer que estaba días antes pariendo y en su presencia la dejó libre: el de la del dolor cólico y finalmente el de la india que le restituyó la vista con sólo aplicarse unas rosas tocadas en esta Divina Señora; pero sobre todos es la mayor prueba que confirma cuanto se puede alegar y significar por cierto y verídico este milagroso aparecimiento, la tapita de esta Soberana Imagen que existe como he dicho en Simití, pues de ella como de un molde salen los retratos con tal perfección; que vistos y su original tan parecido, que no queda la más leve razón de duda. A todo lo que me parece no hay oposiciones: no por esto intento ni es mi ánimo prevenir el juicio de Nuestra Santa Católica Iglesia Romana ni solicitar más crédito que el pío y permitido.

Estos son soberana Señora, los monumentos, estas las escrituras; estas las tradiciones: y oíros muchísimos los milagros: y estas aunque pocas imperfectas y limitadas son las razones que expongo a vuestros soberanos y piadosos pies, para que vos soberana Señora le des aquella alma, aquel espíritu que necesita para mover los corazones, a lo cual tengo suplicado (esto es) a que todos os sirvamos con más fervor, os reverenciemos más devotos y solemnes cultos. Y a que fabriquen vuestro santo templo; pero si vos no nos fo¬mentáis desde el cielo, os quedareis en este corto tabernáculo, rodando hoy en un altar, mañana en otro poco venerada y vuestro aparecimiento poco conocido: mirad Señora por la exaltación de vuestro Santo Nombre, por la extirpación de las herejías: por el aumento de nuestra santa fe: por la paz y concordia entre los reyes y príncipes cristianos: por todo el clero: y por este el más indigno de todos que rendido y humillado os pide le alcancéis el perdón de sus pecados y gracia para mejor serviros. Puesto a los pies sa¬grados de mi Señora la Madre de Dios = Maestro Joaquín Gómez Farelo = Ocaña y agosto siete de mil setecientos ochenta y ocho: (1788)= (Aprobación del Vicario de Ocaña) Vista por esta vicaría y juzgado ordinario las representas hecha por el maestro don Joaquín Gómez Farelo presbítero cura propio de la Parroquia de Chiriguaná de este Obispado, rector de la santa escuela de Cristo Señor Nuestro, ma¬yordomo de Nuestra Señora la Pura y Limpia Concepción en su aparición en la Montaña de Torcoroma, comisario del Santo Oficio de la Inquisición en esta y su jurisdicción. Sobre la aparición de dicha Nuestra Señora, sus portentos y milagros, comunicados a sus amantes hijos y devotos, con creciente de ellos a más y más cada día, expurgado su aparecimiento por los señores diocesanos de esta Provincia y sus visitadores (a excepción del último que se expresa, que le expuso óbice) ejecutando con el portentoso milagro que se demuestra, conocido su execrable yerro; y que en la ponderación del exponente ha andado cortísimo en referir sus milagros; por ser la Soberana Imagen desde su aparición en este vasto terreno el non plus ultra de los milagros, por momentos a quienes de corazón y con fe viva le invocan: en atención su merced dijo que debía de aprobar y aprobaba la exposición hecha en cuanto ha lugar por derecho, interponiendo para ello su autoridad y judicial Decreto para la posteridad. Ad perpetuam rei memoriam : así lo proveyó, mandó y firmó el señor doctor don Agustín Francisco del Rincón presbítero, cura rector de la Parroquia de ésta ciudad, examinador sinodal del obispado; comisario de la Santa Cruzada y sus gracias, vicario juez ordinario y subdelegado apostólico, en esta consabida ciudad y cu¬ratos de su Distrito por el ilustrísimo señor doctor don Fran¬cisco Navarro de Acebedo, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, del Consejo de su Majestad, meritísimo Obispo de Santa Marta mi Señor, de que doy fe = Dr. Agustín Francisco del Rincón. = Ante mi Bernardino Lobo de Rivera, Notario público eclesiástico.

Escrito muy Ilustre Cabildo = El maestro don Joaquín Gómez Farelo, presbítero, comisario del Santo Oficio y de Cruzada en esta ciudad de Ocaña de la Provincia de Santa Marta, como más haya lugar en derecho parezco ante vuestra señoría y digo: que a consecuencia del título de limosnero mayor que se me libró por la Superior Curia Eclesiástica de la Imagen de Concepción aparecida en los montes de Torcoroma en esta jurisdicción me dediqué en el año pasado de mil setecientos ochenta y ocho (1788) a hacer una corta digresión manifestando sus maravillosos portentos y milagros, ejecutados con los fieles y devotos que han impetrado su patrocinio y de las aprobaciones que en virtud de su perfección se dignaron presentar los ilustrísimos señores obispos en sus santas visitas, declarando a consecuencia de su mérito el debido Culto y veneración que debíamos contribuir a este Divino Simulacro, que es todo lo que por menor se registra del expediente que en legal forma y con la respectiva superior aprobación presento en siete hojas útiles y como todo lo referido necesite hacerlo constar a otros superiores tribunales en mayor honra y gloria de esta Divina Señora: espero que vuestra señoría sirviéndose e imponer de todo cuanto con-tiene en mi exordio, narración y epílogo del nominado expediente; certifique si es lo mismo sucedido y experimentado: y si así lo sienten, confiesan y publican generalmente todos los habitadores de esta Ciudad como verdad innegable, bajo de cuyos sólidos fundamentos procedió el señor doctor don Agustín Francisco del Rincón, vicario juez ordinario y subdelegado Apostólico a darle la corres¬pondiente aprobación con que terminado en igual forma su¬plico a vuestra señoría se sirva certificar: si subsecuente a esto, me de¬diqué a mis esperanzas y con ayuda de algunas limosnas a fabricarle capilla en la Calle Real de esta ciudad, logrando la colocación de la Imagen en ella en el día quince de di¬ciembre del año pasado de mil ochocientos (1800) con el superior permiso del señor provisor gobernador de este obispado; librándome título de patrón y capellán perpetuo para su cuidado, veneración y culto, que estoy desempeñando en los términos que es manifiesto. Todo lo que suplico a vuestra señoría que evacuado en la forma que solicito, se sirva devolvérmelo para los fines expresados, trayendo a consecuencia otros dis¬tintos milagros que no constan del expediente, como el ejecutado con el oficial real doctor don Miguel de Ibáñez en el mes de febrero de este año, pues así lo espero de la religiosidad de vuestras mercedes =A quienes suplico así lo provean y manden, que estoy pronto a contribuir con sus Derechos = Maestro Joaquín Gómez Farelo = Los señores don Joaquín José Rizo Alguacil mayor del Santo Oficio por el Tribunal de la Santa Inquisición de Cartagena de Indias, corregidor, justicia mayor y presidente del ilustre ayuntamiento don Simón Jácome Alcalde ordinario de primera nominación: don Juan Rafael del Real de segunda por su Majestad, don Antonio Luis Jácome, Regidor Alférez Real: don José Ignacio León regidor depositario general: y don Francisco Roble procu¬rador sindico general: certifican para ante los señores que la presente vieren, de requerimiento del señor maestro don Joaquín Gómez Farelo, comisario del Santo Oficio y de la Santa Cruzada de esta ciudad de Ocaña y su Provincia de Santa Marta en la manera y forma siguiente. — Que el concepto universal que el maestro presbítero don Joaquín Gómez Farelo con tanta justicia se ha adquirido por su afectuoso y vigilante cuidado en la erección y composición de la obra de la Capilla fabricada a sus esperanzas con el auxilio de algunas limosnas hasta la colocación de la Imagen de Nuestra Señora de la Concepción de Torcoroma, aparecida en los Montes de Torcoroma, jurisdicción de esta ciudad, a que no desmaye la devoción de los fieles, según piadosamente hace conjeturar la prudencia humana, fundada en la fe que asiste por los ejemplares acaecidos. = Primeramente con el presbítero don Juan Rodríguez que estando gravemente enfermo de un tabardillo violento y cuarenta y ocho horas privado de los sentidos sin esperanza de alivio, dispusieron sus deudos y en especial don Juan del Rincón su hermano político, se impetrase, como se impetró la corres¬pondiente licencia; para trasladar la dicha Imagen a los tér¬minos de la morada del citado presbítero, quien inmediata¬mente de conducida a la sala de su casa dijo con voz de hombre sano y su entero juicio: ¿qué Imagen tan hermosa ha entrado en esta casa? y significándole era Nuestra Señora de Torcoroma, pidió la pasaran a la pieza donde estaba su recamara y verificado alcanzó la restauración de su salud, libre de toda privación. — Segundo. Con Benito de Amaya después de herido por Juan Romero en el lado izquierdo así al pecho con una espada, que le traspasó hasta la espalda, invocando a Nuestra Señora de Torcoroma, no faltó quien le sacara, para que por sus pies se condujera a la casa de su morada ya bueno y sano, según los testigos de una información recibida ante el Señor doctor don Agustín Francisco del Rincón, vicario y juez eclesiástico de ésta ciu¬dad para remitir a la capital de Santa Fe de éste Reino. = Ter¬cero: con el presbítero don Ignacio de Cardona, venido a esta ciudad de visitador eclesiástico en la que practicó quiso poner objeción al Divino Simulacro de Nuestra Señora ex¬poniendo; que ha no hallarse visitada por los señores ilustrísimos y otros visitadores, la mandaría recoger: de que le resultó un repentino dolor cólico, que le privó los sentidos, y cuando volvió de su letargo, fue implorando el auxilio de esta Divina Señora, confesando a voces, había errado y para desagraviarla se dispuso lo necesario para celebrarle misa al siguiente, día que ya se sentía sano, verificándolo consecutivamente en los restantes que se mantuvo en esta. = Cuarto: con el actual señor corregidor en el año inmediato pasado, siendo uno de los priostes , que solemnizaban la colocación de Nuestra Señora a su Capilla le fue necesario desamparar el cuerpo del ayuntamiento, venirse a su casa y tirarse a la cama precipitado de un dolor de ijada que le acometió. Y salida Nuestra Señora en procesión por el contorno de la plaza en donde cita su casa le exclamó su petición quejosa y cuando ya paso por la cera de ella, salió dicho Señor a incorporarse con el cuerpo del ayuntamiento sin reliquia del dolor. = Quinto: y en él desde ochenta y ocho. Hallándose su legítima mujer doña Jo¬sefa Antonia García de Trigos en evidente peligro de la vida por venir la criatura de que estaba de parto, a su nacimiento doblada o de nalgas, encomendándola a esta divina Señora y mandándole celebrar una misa al presbítero don Juan An¬tonio Lomberto y Torrado, dando principio a ella logró el parto y la criatura ya muerta, quedando la paciente sin resaltos. = Sexto: acelerando dicho señor Corregidor como testigo presencial, que acompañó en romería al reverendo padre lector fray José Manuel de Torres al Monte de Torcoroma donde fue aparecida esta Divina Imagen; quien sin embargo de hallarse accidentado de unas dilatadas calen¬turas y otros achaques, se baño la cara y brazos en la fuente que de aquella Montaña mana y desde este tiempo, hasta la fecha ni más accidentes ni calenturas. = Séptimo: conmigo el actuario escribano siendo de edad de siete años, por travesuras de niño se me lastimaron los dedos de la mano, de forma: que fue necesario facultativo y después de varios días de su curación, se reconoció una astilla del hueso que se había astillado; y pretendiendo él sacarla con pinces se hacía dificultoso, de suerte, que ya consideraban valerse de otro arbitrio; pero luego que invoqué a Nuestra Señora de Torcoroma saltó el pedacillo de hueso a la mitad de la pieza donde me tenían: en inteligencia que ya el cirujano había suspendido su oficio y en acción de gracias, se mando al siguiente día celebrar un misa solemne con diá¬conos; como que nada menos presenciaron este milagro, por dos señores sacerdotes y otros seculares. — Octavo: que siendo voz común el de haber experimentado tres o cuatro moradores en esta la necesidad de aguas en el retiro de sus labranzas llenos de fe, han hecho viaje al propósito a la fuente que mana de aquel cerró o Montaña de Torcoroma y llevando unas vasijas con aquella agua la han derramado en aquella parte más proporcionada para remediar su necesidad; consi¬guiendo con este hecho mantener hasta ahora perennes arro¬yos: de suerte; que si fuese dable explanar los milagros de esta Divina Señora, experimentados en este lugar, en la ciu¬dad del Simití y otros según noticias acreditadas, sería nece¬sario ocupar mucho tiempo; como lo están los documentos presentados en siete hojas útiles y en su virtud aprobados por el señor doctor don Agustín Francisco del Rincón Cura Rector Juez ordinario y subdelegado apostólico, que fue de esta ciudad sin omitir el experimentado por el señor oficial real juez de puertos doctor don Miguel de Ibáñez en este año; que hallándose acometido de un fuerte dolor cólico, hizo promesa a Nuestra Señora de cincuenta pesos y luego se vio sano, como hasta el presente y por ser lo referido y lo que resta por explanar, pública voz y fama, cierto y verdad, lo certifican sus mercedes, por ante mi Real, público del Número y Cabildo, a veintiséis de junio de mil ochocientos y uno de que doy fe. = Joaquín José Rizo — Simón Jácome = Juan Rafael del Real y Soto = Antonio Jácome = José Ignacio de León Carreño — Francisco Roble = Francisco Gómez de Castro, Escribano público, de Cabildo y Real. = Concuerda con sus originales a que me remito y en su virtud, lo signo y firmo en Ocaña día primero de julio de mil ochocientos uno = Francisco Gómez de Castro Escribano público y Real.

Ermita de la Virgen de Torcoroma
Obra de Eusebio Posada. 26 de febrero de 1888

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